Recomendado por Robin food 2019, pescado
El local es un antiguo almacén de graneles de vino y, de hecho, aún se despachan allí vinos, conservas y aceite. Cuenta con techos altos y bancos corridos, así que normalmente toca compartir larga mesa con otros comensales, si vas solo o en pareja. Lo decoran redes, boyas, remos y más referencias a la Libia (la trainera del pueblo), no cambian cubiertos, ni siquiera plato, y las servilletas y el mantel son de papel. Ah, y haría falta un extractor de humos para no perfumar a la clientela, aunque el aroma que te llevas a casa no es exagerado, eh, y algún iluminado de la alta cocina, además, diría que así amplías ‘la experiencia’…
Llegas allí, tras la pertinente reserva, tomas asiento, señalas qué vas a beber y no escoges nada más, como en muchos tres estrellas; simplemente te dispones a disfrutar con el rosario de platos que te acercan a la mesa, al gusto de la cocinera y según mercado. En mi última visita, el pequeño festín empezó con ensalada de tomate, atún, anchoa, guindilla y, horror, reducción de Módena. Siguieron anchoas fritas, con su ajo tal vez demasiado cocinado, aunque el pescado estaba en muy buen punto de cochura y el aceite rico, para untar a gusto pan. ¿Qué más? Lenguaditos (aka soldaditos o acedías); carrilleras de rape (algo así como los fritos de pixin que tanto se estilan en Asturias), tiernas y saladitas; salmonetes; y también calamares rebozados que mejor hubieran pasado por papel secante. De hecho, hubiera preferido que las rabas hubieran salido antes, pero ya decía una tía mía que el estómago no tiene baldas. Tanto orden, tanto orden… Fuente:loquecomadonmanuel